Mis carcajadas alarmaron a mi madre en esa tarde de los 70s.
Estaba leyendo "Yo también fuí un espermatozoide".
En 1998 estamos sobre Av. del Libertdor, y mientras comentamos lo que hicimos al aire en el viejo canal 9 se acerco y me abrazó.
Este karateca loco estaba interrumpiendo mi cacería de unos ojos negros frente a mi.
Se lo perdoné porque era el gran Dalmiro.
Cuenta la leyenda que este loco genial queria copar la sala de máquinas del puente Pueyrredon para impedir su funcionmiento en uno de los tantos sainetes peronchos.
Alguien que vivió y no que duró.
Y este obituario melancolico termina con la promesa a Dalmiro de pronto nos vemos.
Estoy triste setenta veces siete.
Gracias por todo.